La última sesión del Consejo Superior se concretó apenas un día después de conocida la muerte del sociólogo Horacio González, referente cultural, político y académico fallecido al cabo de una larga convalecencia tras contagiarse de coronavirus. Frente a ese hecho, desde la ListAzul nos tomamos un minuto para un pequeño homenaje.
El repaso por la biografía de González confirma una extensa trayectoria académica y una lucidez que el Centro Histórico Cultural de Rondeau 29 tuvo ocasión de atestiguar.
Enumerar cada uno de sus logros volvería interminable esta nota. Alcanza con decir que su carrera, con reconocimiento incluso a nivel internacional, lo llevó a ocupar la Dirección de una de las entidades más importantes de nuestro país: la Biblioteca Nacional (BN), que nació casi con la Patria y constituye el reservorio de todo aquello de nuestra historia que nos enorgullece, y también de lo que nos avergüenza y es necesario no olvidar, para evitar repetirlo.
Pero ese currículum, unido a la biografía política y personal de Horacio, también nos descubre otro punto: la militancia no sólo no va en desmedro de una rica trayectoria cultural y académica, sino que la mejora y completa.
Durante el plenario del Consejo, también citamos un recuerdo que horas antes había compartido a través de las redes sociales Graciela Lusky, militante estudiantil en la UNS de los años ’70, perseguida y expulsada por el Rectorado represor de Remus Tetu.
Graciela recordó la conmemoración del Día de los Derechos Humanos de la UNS de 2012, a la que asistió Horacio González, por entonces director de la BN. Y narró que pudo verlo al momento de recibir la noticia de la muerte de Eduardo Luis Duhalde, otro gran referente de su misma generación, retirándose a llorarlo en soledad en el mástil del complejo de avenida Alem 1253.
La fotografía de ese momento triste, colmado a la vez de una profunda ternura, constituye una buena imagen para tener presente, como mojón de época: en nuestro mástil, uno de los epicentros de nuestra identidad colectiva, ellos dos –quien había muerto, y quien lo lloraba- representaban a toda una generación que poco a poco se está despidiendo.
Una despedida que no se cierra sobre sí misma, sino que deja un desafío para quienes nos sumamos después, bajo la admiración por aquella generación que Horacio integró: desde nuestros lugares, tal vez más pequeños pero no menos importantes, deberemos tomar la posta para seguir el camino de construcciones comprometidas con nuestro Pueblo.